miércoles, 5 de diciembre de 2012


"La Piedra Filosofal"

Hay algo extraordinario en nosotros, y es el sentido espiritual del amor. Amor no es la atracción psico-genésica entre el hombre y la mujer para la verificación del proceso de la generación, o para satisfacción del instinto que presiona en un momento dado. Es simplemente la atracción instintiva, natural en todas las especies, bien sea para la perpetuación de la especie o como debiera ser, para la regeneración espiritual de la misma, como en el caso del ser humano.

Pero no comprendemos esta verdad; hemos desaprovechado por completo los conocimientos maravillosos que nos legaron los antiguos. El Señor Jesús entregó ese conocimiento al decir "creced y multiplicaos".

¿Qué quería decir? Que debemos multiplicarnos únicamente cuando a través del sentimiento espiritual y verdadero de amor hacia la bipolaridad, podamos permitirle a un Ego expectante el obtener un cuerpo o un vehículo para que pueda venir a este mundo tridimensional y adquirir experiencia. Y crecer, es crecer espiritualmente con esa energía maravillosa de la Vida, que se manifiesta a través de la generación universal, porque realmente es la energía que mueve al mundo.

Si no fuera por esa energía tan poderosa, la energía germinal, no sería posible concretar todo lo que existe y lo que imaginar podamos. Por eso el alquimista comprendiendo este misterio magnum, de que existe en esa energía un inmenso poder, la ha llamado la prima materia.

Los alquimistas de todos los tiempos han hablado de la prima materia para la Gran Obra, diciendo que esa prima materia no se encuentra en la naturaleza tirada en ninguna parte, sino que hay que buscarla en la interioridad de cada uno.

Esa prima materia se despierta a la actividad por la acción de la bipolaridad, cuando los cónyuges se acercan en el abrazo del amor. Luego viene la fuerza del deseo, la cual dinamiza aún más aquella prima materia, y el sentido espiritual del amor es el que la convierte de piedra bruta ordinaria, en la piedra filosofal, divina y espiritual.

Quien toca aquella piedra, instantáneamente recobra la salud. Esa piedra maravillosa si es puesta bajo la observación de cualquier persona enferma física o moralmente, le devuelve la salud o la armonía espiritual. Era el misterio maravilloso que solamente se deja entrever entre líneas, tratando de que el que tenga oído que oiga, o el que tenga vista suficiente vea.

A esto se refiere la alquimia en su aspecto más secreto y divino, a la obtención de la piedra filosofal. Pero así como para transformar un anillo de oro en unos zarcillos de oro hay que fundir el anillo, es decir, tener una materia prima y fundirla con la acción del fuego, así mismo es en nosotros.

Esa prima materia es la que sirve para que la semilla del vegetal despierte de su letargo al hacer contacto con la tierra, el agua, el aire y el fuego (Sol), produciendo raíces, ramas, hojas, frutos y nuevamente semillas. Esa prima materia es la que el animal exterioriza para perpetuar la especie cuando se une con la hembra en los momentos de celo. Si no fuera por esa prima materia que se pone en licuefacción a través del acercamiento de las dos polaridades de la existencia, la vida sería imposible desde todo punto de vista.

Los alquimistas comprendieron que el Aliento de la Vida Universal y el Fuego interior, convertidos en Substancia—Vida, permiten a través de la generación que podamos concebir nuestros hijos. También permite que a través del movimiento espiritual de esa energía, utilizando la imaginación y la sensibilidad, al dirigir esa fuerza maravillosa hacia el corazón, ir convirtiéndola en la piedra filosofal. Para los alquimistas la piedra filosofal tenía realmente todos los poderes del Logos.

El Señor Jesús enseñó el misterio de la piedra filosofal, al decir estas palabras: "Petrus, piedra, sobre esta piedra edificaré mi iglesia". Se refería no a la personalidad física de uno de sus discípulos, sino a nuestras energías internas sobre las cuales debemos edificar nuestra iglesia, es decir, nuestro templo, donde el Altísimo, el Logos, la consciencia mora en nosotros para convertirnos en verdaderos alquimistas.

El ejemplo más perfecto de la piedra filosofal viviente fue el Señor Jesús. El era un verdadero alquimista del mundo de la sensibilidad, del sendero del Cristo, porque el Cristo no es Jesús. Cristo no fue, ni es, ni será una persona; Cristo es el sentido espiritual que subyace en el corazón de todos los seres.

Ese sentido crístico aflora cuando vemos a nuestros seres queridos sufrir o gozar, porque el sentido crístico es la sensibilidad. El día que sintamos dolor por todos nuestros congéneres y por todos los seres vivientes, habremos despertado realmente la energía del Cristo en nosotros.

El Señor Jesús a través de encarnaciones sucesivas llegó a amar con intensidad a todos los seres sin excepción. Entregó toda su bondad en aras del servicio al prójimo, fundiendo su personalidad con su individualidad, es decir, que su cuerpo, su vitalidad, su emoción y su mente (que constituyen la personalidad), eran dirigidas conscientemente por su Ego, como sensibilidad —aspecto anímico— y su conciencia. Realmente se había hecho un ser relativamente perfecto desde el punto de vista de la evolución humana.

Como el Señor Jesús era una piedra filosofal viviente, por eso podía sanar a cualquier persona por su propia voluntad, o hacer regresar a la vida a aquellos seres que habiendo fallecido recientemente, aún no se hubieran retirado completamente de la corteza llamada cuerpo. Porque el proceso llamado muerte no implica que se retire instantáneamente de la materia densa el Ego, la vida espiritual.

La retirada del Ego y sus vehículos (vital, emocional y mental) tras la muerte física, es un proceso lento que ocurre en el término de tres días aproximadamente, y cuando ese desprendimiento se ha verificado del todo, es imposible desde cualquier punto de vista regresar a alguien a habitar el cuerpo. Fue el Señor Jesús el que pudo sacar de la relativa letargia en que se encontraban, a esos seres que hacía poco habían abandonado su materia y aún se les podía invitar a regresar a la misma.

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